lunes, 29 de marzo de 2010

Un poco de mi historia...


Venna, es un pequeño y extraordinario lugar a unos doscientos pasangs (200 km aproximadamente) al norte de Ar. Se la conoce por sus finos baños y las carreras de tarlariones. La ciudad esta llena de pequeñas y encantadoras tiendas para abastecer a los más ricos. La zona de Telluria, en la zona norte de la ciudad, sobre una colina, es una zona residencial muy selecta.

Yo nací en Venna.

Vida por vida, mi madre dio la suya cuando yo llegué al mundo, mi primer llanto se fundió con el llanto silencioso de mi padre, Torvis, el Viejo Pelirrojo, con ese nombre era conocido, valiente Guerrero de Ar, que a pesar de no derramar ni una sola lagrima fue para él la peor de las heridas, una que aún hoy en día, estoy segura que no ha dejado de sangrar.

No quería mirarme, si al menos hubiese sido un varón, pero era una niña, una mujer,

-¡maldita sea!, ¿por qué me castigan los Reyes Sacerdotes de este modo?, gritaba enfurecido; cuando crecí supe por boca de mi abuelo, que mi padre acarició mi cuello con su espada y que de no ser porque él entró en aquellos instantes, en los aposentos donde estaba mi cuna, muy probablemente ahora no estaría escribiendo estas palabras. Aunque he puesto en tela de juicio ese relato de mi abuelo, quizá se confundió, mi padre siempre fue hombre de honor y sus luchas nobles, de frente siempre, matar a un bebé indefenso en su cuna no era digno de él, sin embargo durante mucho tiempo sentí sus miradas inquisidoras y su beso de nieve, él me hacía responsable de la muerte de mi madre y no podía perdonármelo.

Jamás una palabra afectuosa, nunca un gesto de cariño, nada que me hiciera sentir el lazo filial, fueron nuestras kajiras, las del servicio de la casa, las que cuidaron de mi y se encargaron de alimentarme y de que nada me faltara y las fuertes manos de mi abuelo las que me enseñaban en secreto, cuando apenas había llegado a mi adolescencia las artes de la lucha y los secretos de la espada.

Una espada que era más grande que yo, apenas tenía fuerzas para mantenerla en alto, pero yo sabía que esa espada sería el único camino para acercarme a mi padre y mi única manera de demostrarle que a pesar de todo le quería y que yo no tenía culpa de su dolor.

Las continuas contiendas y revueltas en Gor obligaban a mi padre, como soldado del ejército del Ubar Marlenus a estar continuamente alejado del hogar y pasaban muchas lunas sin que pudiese verle, durante esos espacios de tiempo mi abuelo aprovechaba para enseñarme todo cuanto él sabía y me alentaba constantemente a ser fuerte y valiente. Por otra parte también era educada como una Dama e incluso aprendía a leer y escribir.

Me decía: no pienses, ¡actúa! Cuanto más te preocupes, cuanto más esfuerzo mental quieras poner a las cosas, más se complicarán.

La mayor parte del entrenamiento que mi abuelo me daba estaba enfocado sobre las estrategias del combate y naturalmente el uso de las armas comunes de la Casta roja, que son la lanza y la espada corta. La lanza, me decía, se usa principalmente de dos formas. La primera en el combate cuerpo a cuerpo como un arma arrojadiza para matar o incapacitar la armadura de tu oponente y en las batallas, los ejércitos las usan para formar un muro de ellas, usándolas como armas penetrantes, también las usan los Tarnsmen, guerreros entrenados para montar Tarns, mientras luchan entre si en el aire, y miraba a los cielos con nostalgia al expresar esas palabras, mi abuelo fue un excelente transman.
La lanza goreana de guerra es pesada, de dos metros de larga, equipada con una cabeza de bronce de 45cm. de largo. Yo apenas medía en aquel entonces más de un metro sesenta y casi no tenía fuerzas para sujetarla, pero me obligaba a ejercitar mis brazos y sostenerla todo el tiempo que pudiese resistir hasta que conseguí acostumbrarme a su peso y volumen, para posteriormente lograr lanzarla, primero a escasos pies (un pie de gor = 32 cm aproximadamente) de distancia, y con el tiempo y el entrenamiento cada vez más lejos.

Pero el arma principal y la que mejor me enseñó a utilizar es la espada corta. Su corta longitud permite gran flexibilidad durante el combate y más velocidad.

El entrenamiento con la espada fue arduo y muy extenso, mi abuelo insistía en enseñarme que el fin de todo guerrero era conseguir matar de forma limpia y rápida.

- Auryn, siéntete siempre orgullosa de tus habilidades con la espada y evita, si es posible, matar a alguien torpe o inferior a ti, porque no es digno de los códigos de honor de un buen guerrero.

- Sí, abuelo, le decía yo que entendía a la perfección cada palabra y cada enseñanza suya. Te prometo que nunca mataré a nadie de forma innecesaria.

También me enseñó a usar el arco y la ballesta, aunque estas armas no eran de su agrado y me dijo que aunque estas no son muy propias de un buen guerreo era necesario conocer su uso para que de este modo la formación fuese completa.

Una tarde me sorprendió con un escudo de cuero endurecido pero sin ninguna insignia grabada en él y un casco de bronce para cubrir mi cabeza. Solo me dejó usarlos aquel día y me hizo devolvérselos, te los daré de nuevo cuando estés preparada del todo.

Cuando mi abuelo Darken me miraba, creo que veía en mí al nieto que hubiese deseado tener, pero los Dioses no quisieron concederle más hija que mi madre y sus anhelos de ver nacer un varón se extinguieron cuando yo vine al mundo.

Un día mientras me hablaba del código que un guerrero siempre debía respetar, vimos pasar una bandada de tarns salvajes, yo me fijé en uno de ellos cuyas plumas negras como el azabache brillaban espectacularmente al ser sus alas acariciadas por los rayos del sol… en aquel mágico instante supe que pronto llegaría a ser una guerrera, La Guerrera de Ar, como mi padre…

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